miércoles, 23 de noviembre de 2011

Scorsese: el fondo y la forma

En el cine, como en el resto del arte, la forma y el fondo son una y la misma cosa. El puro virtuosismo de la técnica, es decir, la forma sin sustancia ni materia no encarna plenamente la naturaleza completa del arte. Tampoco lo es el fondo sin más, esto es, la historia y el guión, las ideas y conceptos que soportan el cine. Esa marcadísima tendencia que Hollywood encarna: la de filmar literatura, la de interesarse sólo porque una historia pueda ser contada en términos sencillos y accesibles para la gran audiencia. Cuando Martin Scorsese filmó Goodfellas (1990) era ya un maestro maduro y consolidado en el circuito del cine, con una considerable cinematografía a cuestas que incluía clásicos como Taxi Driver y Raging Bull. El director estadounidense dominaba, para entonces, ambos reinos: el de la forma y el fondo. Precisamente en Goodfellas, Scorsese tira uno de los planos-secuencia largos (poco más de tres minutos) más celebrados y memorables de la historia del cine: una cámara fija sigue a Henry Hill y Karen a través de su periplo al interior del Copacabana.


 



Scorsese resuelve con maestría todos los problemas que entraña filmar secuencias largas sin ningún corte, en este caso el laberíntico camino que Henry y Karen toman mientras cruzan varias puertas y se encuentran con varias personas. Técnicamente es una secuencia impecable; sin embargo no se trata del mero regocijo en la forma y la técnica, esta memorable secuencia tiene una función precisa en tanto que resume el estilo de vida al que Henry Hill aspira toda su vida: no tener que tomar parte de la larga fila de gente ordinaria  para entrar al Copacabana ('Para nosotros, los demás estaban locos. Para nosotros esa gente buenaza con salarios de mierda que trabajaba todos los días y se preocupaba, estaba muerta. eran pendejos y no tenían cojones'),  y formar parte de la mafia que le asegura una puerta de entrada exclusiva para la élite ('Desde que tengo uso de razón, siempre quise ser gángster. Para mí ser gángster era mejor que ser presidente de los Estados Unidos', dice Henry Hill al comienzo del filme).  Precisamente esta secuencia simboliza también la entrada para el espectador, de mano de Scorsese, al inframundo, al microcosmos que es el universo de la mafia, de los 'wiseguys': reglas, costumbres y convenciones propias; al margen del resto de la gente común. Entraña también la entrada de Karen a este submundo, en el que permanecerá varios años, por vez primera: siempre sorprendida pero fascinada de la misma forma por el trato privilegiado que se extiende a Henry, el valet parking, las propinas sumamente generosas, la mesa en el centro del Copacabana, el vino de primera línea, el reconocimiento social entre pares. Ser alguien en alguna parte, como insiste Henry Hill una y otra vez.  De hecho, si algo llora Henry al final del filme es tener que abandonar este extraordinario modo de vida: "Voy a vivir el resto de mí vida como un pendejo".  Como se ve, Scorsese reivindica excepcionalmente la verdadera naturaleza del cine como arte, donde el fondo y la forma son inseparables y constituyen un solo lenguaje solidario y en comunión.

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